miércoles, 2 de abril de 2014

Comer: el placer prohibido

Comer no sólo es una necesidad, es parte de nuestra cultura. No recuerdo nada que preocupara más a mi abuelita o a mi mamá que el que no hubiéramos comido bien. El desayuno, nos dijeron siempre, es la comida más importante. La comida es sinónimo de festejo, de complicidad, de unión familiar, de negocios de buena voluntad, de consuelo... En nuestra cultura, como en muchas alrededor del mundo, comer es la forma en la que somos y estamos con los demás, en torno a la comida confesamos penas, reimos, lloramos, festejamos, conocemos futuros amores, criticamos la política, tomamos partido y nos acercamos a nuestros padres. 

Los tiempos sin embargo, han cambiado y hoy parece que tenemos que pedir perdón precisamente por comer. Ayer, fui con mi hija adolescente a Sam's para comprar pastelitos de varios sabores que tiene que vender en la escuela.  Noté que varias personas miraron nuestro carrito y luego a nosotras de forma extraña, hasta que mi hija enojada se volteó y dijo en voz baja "No me miren feo, no me lo voy a comer todo" Entonces me di cuenta, vivimos en una época en la que comer da vergüenza, nos sentimos juzgados, observados y acusados. Comemos insaboras legumbres en público mientras devoramos cuanto pastelito o chocolate podemos en la complicidad oscura de algún clóset, hemos perdido el gusto de compartir la comida con los amigos, de divertirnos y gozar en torno a ella. Nos bombardean con campañas acerca de la buena nutrición, pretenden hacer que nos olvidemos de los dulces placeres mediante grotescos impuestos a las golosinas y es muy probable que en un futuro no muy lejano, tengamos incluso que confesarnos por esas galletas prohibidas que comimos en la oficina. 

No importa cuántas campañas publicitarias vea, la lechuga nunca sabrá tan rica como el chocolate. Pero es que tampoco podemos ser irresponsables u ocultar la realidad, somos un país en vías de obesidad y eso genera enormes gastos que todos pagamos con nuestros impuestos. La diabetes, la hipertensión y las cardiopatías nos cuestan a todos. Quienes pueden, gastan enormes sumas en nutriólogos, gimnasios, tratamientos milagrosos y polvos pero no importa qué hagas, la comida de dieta siempre acaba sabiendo a trapo viejo.

¿Podremos crear algo rico, sano y saludable? ¿Algo que humee desde la mesa y pueda congregarnos nuevamente para regresar a las sobremesas de antaño?

Y si lo intentamos...